Calcuchimac

Los generales invencibles

Ganerales invencibles



No le fue posible a Hernando regresar directamente al cuartel general, un correo de su hermano Francisco le informó que en la sierra central, en Jauja, se encontraba Calcuchimac, uno de los mejores generales del Inca.
A pesar de las órdenes de Atahualpa, Calcuchimac se negaba a entregar las armas. Hernando estaba encargado de ir a tomar contacto con él y negociar si no su rendición por lo menos su regreso ante Atahualpa, para escuchar las órdenes de la propia boca del emperador destituido.

Calcuchimac, un general yana que había luchado antes contra los tropas de Huáscar, junto con su ejército, se dirigía hacia el norte con la idea de liberar al soberano. Se había retrasado en su avance debido a una revuelta de la etnia que poblaba los Andes centrales, los huancas.
Éstos no habían aceptado nunca el yugo de los incas, y lo habían demostrado ya en varias oportunidades al costo de terribles represiones. No asombra pues que ellos fueron después los mejores aliados de los españoles. Cuando Hernando Pizarro entró en Jauja para encontrarse con Calcuchimac, la plaza mayor estaba decorada con una multitud de lanzas en las que estaban clavadas las cabezas, manos y lenguas de los huancas vencidos. 
Durante la entrevista con el jefe de los españoles, un noble de Cusco le reprochó enérgicamente a Calcuchimac estas crueldades inútiles y los dos hombres se fueron a las manos ante el estupor de la asistencia. 
Calcuchimac no estaba muy animado en seguir a Hernando Pizarro para ir a ver al Inca, pues aquello significaba hacer de él un prisionero más. 
Varios emisarios de alto nivel de Atahualpa tuvieron que utilizar todo su poder de convencimiento para finalmente hacerlo cambiar de actitud. Esta etapa en Jauja fue beneficiosa también en otro sentido. 
Los españoles encontraron treinta cargas de oro de baja ley y los indios les trajeron unas treinta cargas de plata.

Hernando Pizarro, 
Calcuchimac y su séquito partieron hacia Cajamarca el 20 de marzo. En camino, según López de Gómara, los caballos de los españoles tuvieron necesidad de cambiar sus herraduras. A falta de otro metal se las fabricó con barras de plata e incluso de oro. 
El 14 de abril, el hermano del gobernador y el general yana hicieron su ingreso a Cajamarca. Calcuchimac fue recibido por el emperador prisionero. Se vio entonces, relata Miguel de Estete, algo inaudito desde el descubrimiento de las Indias. Antes de ser admitido ante su presencia, Calcuchimac se descalzó, tomó de un cargador de su séquito una carga mediana y se la cargó a hombros, en señal de su total sumisión pues, por más general que era, no dejaba de ser un yana, es decir un siervo. 
Gran número de los principales jefes que lo acompañaban siguieron su ejemplo. Luego, acercándose al soberano con mucha ternura y llorando, Calcuchimac le besó el rostro, las manos y los pies. Atahualpa mostró tanto orgullo, que aunque no hubiese en sus estados nadie que lo quisiese más, ni siquiera lo miró y no le prestó más atención que al último de los indios presentes

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