El oro del Tahuantinsuyo: La Leyenda de El Dorado

La Leyenda de El Dorado

Lyenda


En épocas del Tahuantinsuyo el oro no tenía el mismo valor económico que en otras latitudes (por ejemplo en Europa) o la que tiene hoy en día; en el Tahuantinsuyo usaban las conchas de los moluscos "spondylus" como moneda de cambio, estas eran llevadas desde la costa norte del Pacifico y la plata y e especialmente el oro, era usado para la fabricación de 
objetos sagrados, también era usado como símbolo del inca y adornos para los templos del Sol, los que eran enchapados con las imágenes del inca y del dios Sol (Inti), también se utilizaba para los vasos sagrados y ornamentación del Inca, sacerdotes (willac umu), jefes locales (Kurakas)
El oro era fácil encontrarlo sobre la tierra en vetas superficiales, no necesitaban cavar túneles, la corriente de los ríos arrastraban las pepitas y era fácil obtenerlo mientras hubo paz en el Tahuantinsuyo.
Cuando llegaron los españoles a Panamá recibieron la noticia de que al sur existía un país llamado El Dorado, país legendario que nunca existió
 pero que dió inicio a una lyenda y a la mas brutal busqueda que pueda recordar la humanidad y esto sucedió creyendo que era real y solo fue una simple leyenda.
Los españoles recorrieron palmo a palmo todo el territorio peruano en busca del oro y la plata logrando encontrar varias toneladas de oro trabajado y también lograron encontrar algunas piedras preciosas, fundamentalmente fueron cuchillos ceremoniales, mascaras, petos, orejeras, brazaletes, utensilios, ídolos y placas que adornaban las hornacinas y paredes de los templos y palacios de los incas, todos objetos de arte, todo lo que encontraron fue apropiado en nombre de un rey extranjero.
Una vez que el saqueo quedó consumado y ya no había nada que robar, se apropiaron de las minas de oro y plata de los incas, las que posteriormente fueron heredadas por sus descendientes.
Todo el millonario botín que se envió a la corona se fundió en el nombre de Dios y del rey; la parte que le tocó a la iglesia reapareció en los templos católicos convertidos en cálices, crucifijos, suntuosos altares y sabrá Dios en que otras cosas.
La parte del rey fue a parar en la gran vida suntuosa de la monarquía española y para mantener un ejercito de sobones, adulones y serviles, escritores, pintores, poetas y hasta payasos.

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